miércoles, 5 de mayo de 2010

Ficción




Soy un hombre, o cualquier cosa que no sabemos que soy. Soy un viejo tal vez, un humano, sí, pero no yo; y en este momento me dejo caer en una silla que rechina, no demasiado, intento desplomarme, perder peso pero ya sentado sigo oprimido. Una vez sentado mis párpados se abrieron muy abrir para luego encogerse: es que no puedo creer, a mi edad no puedo creer que esto me esté pasando y nunca imaginé que se sintiera así.

Apenas se fueron - ¿hace cuánto? -, parece que el polvo levantado por sus pasos sigue revoloteando. Se han ido y no sé cuánto lo intentamos pero ya se han ido y yo sé que lo último que hice fue parecer fuerte. ¿Pensarán que soy fuerte? Probablemente sea un error pasar la vida o unos minutos aparentando algo así, o de verdad intentando serlo, qué sabré yo de la diferencia, absolutamente nada, aquí todos venimos a respirar y para algunos eso ha de ser nada pero aún así respiran y se respiran.

Ahora me he quedado solo y no me alegra que mi madre no esté aquí preguntándome por qué y cómo, porque puedo admitir que me encantaría que siguieran aquí amenazando mi respiración, aunque fuese sólo ella.

Si dejo de pensar es porque las respuestas que buscaba no eran para mí.

Ahora que estoy solo, sólo me queda quedarme mirando un rincón y otro de la casa, despacio para no acabarme los espacios e irme acordando de a poco de uno y de otro, de sus rostros, de su olor, de sus mentiras menos, de sus ojos cuando haya sol, de sus juegos cuando llueva, de sus clases, de sus guiños. Los guiños están hechos para recordarse y yo ya no tendré chance de agradecerle a cada uno de los que me hizo un guiño, alguno de ellos bien sabio y bien claro de que habría de necesitarlos para respirar en un día como estos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario