¿Alguna vez
allá
entre coitos enamorados
de puertas abiertas
piensan en nosotros,
que las lágrimas se nos congelan?
¿Alguna vez
allá
entre coitos enamorados
de puertas abiertas
piensan en nosotros,
que las lágrimas se nos congelan?
Puede que nadie me crea, pero hacerse grande es acarrear agua con una jícara, de una tina llena de gotas, a una cubeta, que puede ser cargada para echar sobre la caca y que se vaya a donde no la vuelva a ver. Con esperanza de no verla nunca más.
Tal vez tú nunca me creas, pero en la faena de ser adulta, me caí tal como niña, pero sintiendo el dolor.
No me creas, pero alguna vez tu nombre fue mi única razón para acarrear agua. Una y otra vez.
Es muy tarde para ser, para mí, para faenas y accidentes dolorosos.
Soy buena persona, dicen. Por eso pienso en lo que tú piensas. A veces. El tiempo que paso pensando en alguien más es tanto que mis pecados no son tan importantes.
Quiero jugar squash, como lo hacía mi mamá, porque el squash es tan grande que ella está jugando a mi lado, contra mi pared.
Vine a hasta aquí en tu busca,
no pensaba interrumpir.
Perdona, por favor entiende que tenía el desierto en mente.
Socarrona de mí hacia mi misma.
Puta del alma.
Como quieras llamarme, no me llames.
Si su esplendor esplendorece, sé su nombre.
Si teatraliza al costado de un fantasma esplendoroso, es mi padre.
El señor ese. Ese oso sea sea. Con el cinturón.
En el último autobús, mi amor se fue. Me dejó dos cervezas y dos rebanadas de pizza. Cuarto limpio. Cama blanca. Vista al puente donde anoche alguien bailaba.
Sólo para él.
El fantasma de la ausencia, en plena noche, me sostiene por todos mis debajos. Una sombra y otra sombra: la nostalgia, cual cliché. Nadie conmigo se deja perder hoy.
Puedo verte al alcance de mi voz, te hablo.