lunes, 19 de septiembre de 2016

De qué está hecha una casa



En 1927, Jesús y Paula llegaron con su niña en brazos a pensar en el deber. A no olvidar a sus padres, hermanos y maestros. El viejo se pone a mirar la cocina y recuerda lo pobres que eran. Un día en que llegó con verduras, frutas y hasta carne, la niña exclamó: ¡cuánta cosa! Él no puede contener el llanto. De pasado.

Entre todas las tristezas del mundo, yo he creado la que siente mi madre al saber que no soy tan limpia, que no soy tan fuerte y que nunca seré tan hábil. No sé domesticar muros y les dejo crecer arañas. No aprendo a cerrar la puerta y cerrar la puerta. De espacio vacío.

No sé qué tan viejos eran el naranjo y la vid. La sábila la planté yo misma. Ahora hay una palma. La miro al tiempo del ritual eterno de sacudo, doblo, desdoblo y extiendo pedazos de tela que cuelgan, que cubren. De años.

De niña casi no venía al comedor, aquí sólo comían los adultos. Pero el bisabuelo me dio un par de clases de violín junto al ventanal. Y aquí nos hemos hecho decenas o cientos o miles de fiestas. De música.

A veces no hay ningún ruido. A veces se puede escuchar el aire que sopla entre las hojas de un pirul enorme a dos casas de aquí. No estamos cerca, pero se oye el tren. Tuve unos vecinos que sufrían mucho por mi ruido y de día peleaban a gritos, yo supe todas palabras que se dijeron. Ya no hay nadie ahí. De silencio.

Mi hermano pasa enfrente de cada una de las puertas y ventanas, silba para anunciar que está aquí. Llega al fondo de la casa y sin querer inclina su cabeza para un lado, como un animalito, y luego se acerca. Vamos a comer, dice. Y siempre comemos bien. De fe.

De la pared del comedor salen dos calles anaranjadas de una ciudad que no existe. Un gato mira desde lo alto la sombra del beso de dos amantes que se han separado. Abrimos un muro para pasar entre dos cuartos y en el dintel yace un corazón desnutrido al que se le va cayendo un curita. De ficción.


Los niños pequeños vienen a regar las plantas. A los niños les gusta el Sol. Tal vez al Sol le gustan los niños y se alimenta de sus pielecitas rojas. Tal vez nos vio correr y contemplar las plantas, a mí y a mis primos y a mi abuela y a mi papá. Tal vez también le gustan los perros y las moscas. De verdad.