miércoles, 21 de abril de 2010

simple


Eran las seis con treinta y seis y no podía ser ninguna otra hora de la tarde porque la luz del sol estaba desapareciendo y el vecino cantaba en el baño, y puede usted preguntarle a la encargada; él llega todas las tardes a las seis y media y de inmediato se mete a bañar. Él es tenor, ¿sabe, usted?, me alegra siempre la tarde cuando lo escucho. Yo le pediría que me diera clases pero le temo tanto al fracaso que he preferido evitar esas ilusiones. Si tuviera un poco de éxito en ello intentaría mejorar, pero por ahora no lo haré. De niña cantaba en un coro y, tal vez usted no me crea, pero más grande canté con un grupo de rock. Tuvimos dos presentaciones en el patio de la biblioteca de mi pueblo y no puedo olvidar a la niña gorda que parada frente a mí se puso a pedir a gritos otra cantante, habrá notado que no me sentía nada bien... Sin embargo me gustaba cómo nos quedaban las canciones y amo cantar. La última vez que canté en público pensé que de ninguna forma era tan feliz como haciendo aquello, pero ya pasaron muchos años, demasiados años en que fumé mucho y lastimé mi voz. Imagínese si además no hubiera superado el temor a hacer el ridículo, no me quedaría más remedio que dejar el micrófono solo y echarme a llorar como una niña...

... no se precupe, entiendo. Puede llamar cuando guste. Hasta pronto.

Adios.

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