Tú sabes que no quiero ser
una figura de piedra
que no madure
que no envejezca.
Yo sé que tú quieres
ser un hombre
de piedra,
con una vida
de piedra
con unos ojos
de piedra.
Yo sé que tú sabes que yo sé que tú sabes que yo sé que tú sabes que yo sé.
Tú sabes que no quiero ser
una figura de piedra
que no madure
que no envejezca.
Yo sé que tú quieres
ser un hombre
de piedra,
con una vida
de piedra
con unos ojos
de piedra.
Yo sé que tú sabes que yo sé que tú sabes que yo sé que tú sabes que yo sé.
Los primeros versos del huapango hacen el día. Como si fuera el primero de todos los días del mundo.
Como si fuera el último, pienso. Era el único y sólo ocurrió en mi mente.
Una boda. Que se sabe inecesaria para el mundo. Nuestra boda en nuestra alma. Las sonrisas de amigos y el huapango. En nuestra mente. Los buitres. Una boda en la que nunca decidimos qué dar. La amargura de mis padres porque sabemos de qué se trata el matrimonio: en mi mente.
El día hecho de huapango, nuestra boda ocurre sólo en nuestra mente. En nuestro corazón. En el futuro incierto dentro de tres meses. Me convenciste de hacerlo en esta casa. No tuviste que hacer mas que decírmelo para convencerme. No tuviste que convencerne de no hacerlo en Tlalpujahua.
Te amo tanto que me vi en los ojos del perro que era amigo de tu madre. El perro buscaba algo más. Buscaba a tu madre. ¿Será que sólo por ser mujer se la recuerdo? Te amo tanto. Yo no le gustaría a tu madre.
Como perro, lloro igual que río. Termino llorando cuando creo reír, y de cabeza. Prefiero morir que seguir llamándole vida a este pedazo de voz.
¿Alguna vez
allá
entre coitos enamorados
de puertas abiertas
piensan en nosotros,
que las lágrimas se nos congelan?
Puede que nadie me crea, pero hacerse grande es acarrear agua con una jícara, de una tina llena de gotas, a una cubeta, que puede ser cargada para echar sobre la caca y que se vaya a donde no la vuelva a ver. Con esperanza de no verla nunca más.
Tal vez tú nunca me creas, pero en la faena de ser adulta, me caí tal como niña, pero sintiendo el dolor.
No me creas, pero alguna vez tu nombre fue mi única razón para acarrear agua. Una y otra vez.
Es muy tarde para ser, para mí, para faenas y accidentes dolorosos.