viernes, 25 de junio de 2010

don Enrique


En el subte quedé sentada frente a una mujer joven y su hija de unos cuatro años. El peinado de la niña me sacó una primera impresión mediocre, pero cuando vi su rostro simpático tuve qué pensar: "linda niña". Luego miré a la madre y sonrió como si me hubiera escuchado, mientras seguía hablando por teléfono. La niña, inquieta, revisó todo alrededor pero no encontró algo interesante hasta que entró al vagón un hombre enorme de traje oscuro que se quedó de pie sólo a una puerta de la niña, y ella sólo le quitó la mirada de encima unos segundos para undirse en el respaldo y sonreír. Se incorporó inmediatamente y siguió mirándolo y sonriéndole. El hombre no se decidió a recibir el halago. Puso la mirada en cualquier otra persona. A la niña no le importó que allá en las alturas, el hombre no enviara señales de interés en devolver la sonrisa. Su madre siguió en el teléfono, yo recordé a un amigo de mi padre del que estuve enamorada a los cuatro años, y entendí que esa niña y yo estamos en el mundo por la misma razón.

2 comentarios:

  1. Que lindo cuento. Hola corukita, soy un conejito, me llamó la atención que desapareciste de twitter… me acorde de tu madrigueRRa y me encontre con este precioso retrato. Saludos.

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  2. ¡unConejo!, tuve que amputarme el tuíter, es algo temporal, pero qué bueno encontrar tus saludos acá. Hasta la vista.

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